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domingo, 13 de mayo de 2012

Desesperado por correrme

A veces, y últimamente me ocurre a menudo, son tales las ganas que siento de eyacular, que alcanzo un estado de desesperación por correrme. No es algo que dure mucho tiempo (me volvería loco si así fuera), pero puedo estar en ese estado un buen rato, hasta una hora más o menos, y puede llegar a pasarme varias veces al día. Cuando me ocurre, me cogería el rabo y lo menearía con todas mis fuerzas, o lo golpearía contra lo que fuese, con tal de correrme incluso con la jaula puesta. Me detiene el no tener permiso de mi Amo para hacerlo, el haberle entregado la llave de la castidad, y con ellas el poder absoluto de decidir sobre mi placer. No soy dueño de mis corridas, y no podría tener un orgasmo placentero en contra de los deseos de mi Amo, el dueño de la llave.


Pero eso no me evita la desesperación que, a ratos, se apodera de mí y me hace revolverme inquieto: me pongo a ver la tele, me levanto a los pocos minutos sin haberme enterado del programa, me siento en el ordenador y como estoy tan salido (poca gente habrá sufrido este estado y podrá entenderme), termino viendo porno o leyendo historias calientes, lo que aumenta mi ansiedad. Entonces me levanto y voy a la cocina a tomar algo: abro la nevera y todos los armarios sin encontrar nada que me apetezca (por supuesto que no, pues no tengo hambre o sed de comida o bebida, sino una necesidad imperiosa y enorme de correrme y aliviar la quemazón que me corroe). Harto de no saber qué hacer, vuelvo a sentarme ante la tele, pero no me centro en lo que veo, así que cojo el teléfono y llamo a alguien. Eso es lo peor, pues el receptor de la llamada suele quedar totalmente desconcertado por mi falta de coherencia, y termino colgando lo antes posible. Me vuelvo a mover, y ahora miro por las ventanas hacia la calle, pero sólo centro mi atención si veo algún tío que me guste, sobre todo si está fumando, pues imagino que me quema los pezones o me usa como cenicero, y esos pensamientos me ponen aún más frenético, así que me siento otra vez, irritado conmigo mismo. Intento tranquilizarme y abro el libro que normalmente me tiene enganchado, pero soy incapaz de pasar de página: no me entero de lo que leo. Voy hasta el dormitorio sin saber porqué, me quedo de pie como un tonto y no sé como termino tumbado en la cama, pero los únicos pensamientos que me vienen son fantasías sexuales que me excitan más todavía. Me levanto y entro en el baño y, a veces, cuando mi desazón alcanza límites intolerables, termino por ponerme pinzas en los pezones y apretarlas con fuerza confiando en que el dolor me calmará un poco la excitación. En más de una ocasión he llegado a bombear las caderas contra la pared o el mueble del lavabo para golpearme el rabo enjaulado y ya dolorido (pues la polla intenta empalmarse en las diminutas dimensiones de la jaula) mientras las pinzas me provocan olas de dolor que me recorren el cuerpo hasta el bajo vientre para unirse a las que vienen del rabo. Pero como el dolor me excita, no consigo alivio alguno, sino todo lo contrario: me vuelvo loco de frenesí sexual insatisfecho. 


Si una sola pinza no es suficiente, añado una segunda para aumentar el dolor

Al final, tras unos minutos de absoluto paroxismo y desesperación, exhausto por la tensión y el agotamiento mental y emocional, detengo mi lucha completamente derrotado. Si no me costara tanto llorar, en esos momentos se me caerían las lágrimas por la frustración y la mortificación de no poder correrme, por la humillación de no poder tener lo que tiene hasta el más mísero de los hombres, por la vergüenza que siento al darme cuenta de que soy incapaz de correrme sin el permiso de mi Amo.


Agotado y vencido, me quedo tirado en cualquier rincón


Tras ese fallido climax, la fatiga me vence y quedo relativamente tranquilo. A veces durante dos o tres días, a veces durante sólo unas pocas horas.

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